En Milán, indican que de un total de 123.600 pedidos de asilo en 2016, el Estado italiano concedió 4.808, apenas el 3,8%.
Una pistola apuntada a su cabeza y un ladrón que le gritaba a su
cómplice “¡Mátala, mátala, quítaselo!” fueron las gotas que derramaron
el vaso de Magalí* y Fabio*.
Era diciembre de 2016 en Puerto La Cruz, una ciudad del oriente de
Venezuela. A ella le robaron el anillo de graduación, a él el celular.
“Me afectó mucho. Ya habían matado a mi primo para robarle la moto y dijimos basta”, le cuenta Magalí a BBC Mundo.
Una semana después, la pareja compraba los boletos de avión para irse de Venezuela.
No eligieron Colombia, Panamá, Estados Unidos o España, destinos más
tradicionales para los inmigrantes venezolanos. Tampoco el Cono Sur, que
reporta un aumento importante del flujo migratorio desde Venezuela.
Eligieron Italia, concretamente Milán.
Magalí y Fabio no son un caso aislado.
Aunque es difícil precisar una cifra, se sabe que el número de
inmigrantes que están saliendo del país ha aumentado en los últimos
años.
Según datos del 2015 del Pew Research Center, con sede en Washington,
basados en informes de Naciones Unidas, que incluye información sobre
todo aquel que haya vivido por más de un año en otro país, Italia
comparte con Colombia el tercer puesto de países con más inmigrantes
venezolanos (50.000cada uno), detrás de España (con 150.000) y Estados
Unidos (con 200.000).
La cifra es considerablemente mayor a la registrada en el año 2000,
cuando eran 10.000 los venezolanos en Italia. Y es posible que aumente
dada la reciente oleada migratoria.
¿Pero qué es lo que atrae a tantos venezolanos a Italia? Las explicaciones hay que buscarlas en el pasado.
Sangre italiana en el Caribe
Tal como sucedió en varios países de Sudamérica, desde la llamada
entreguerra europea miles de inmigrantes italianos eligieron Venezuela
como destino.
Algunos porque encontraron allí un salvavidas contra la pobreza y
otros como trabajadores temporales de la industria petrolera (sobre todo
durante los “boom” petroleros de las décadas del 50 y 70).
Sus huellas en la sociedad venezolana son muchas y profundas. Tal vez
la más curiosa es que Venezuela es el segundo país con mayor consumo de
pasta per cápita del mundo, detrás de Italia, por supuesto.
Así lo indican los datos del 2011 de la Organización Internacional de la Pasta (IPO), los últimos que se conocen.
Pero además, aquellos inmigrantes dejaron su ADN.
“Estimamos que hay 2 millones de descendientes de italianos en
Venezuela”, le explica a BBC Mundo el primer secretario Lorenzo Solinas,
encargado de prensa de la Embajada de Italia en Caracas.
Buena parte de estos descendientes -“no todos”, se apresura a aclarar
Solinas- tienen derecho a la ciudadanía, dado que Italia se rige por el
criterio jurídico Ius sanguinis -derecho de sangre, en latín-, por el
cual la ciudadanía se concede por filiación biológica o adoptiva,
independientemente del lugar del nacimiento.
Sólo entre 2013 y julio de 2017, Italia concedió 17.572 ciudadanías
por Ius sanguinis, según datos proporcionados por su representación
diplomática.
“Una de las principales razones por las que eligen Italia es porque
tienen un pariente italiano”, explica Angélica Velazco, una venezolana
de 30.
“Los que se vienen es porque tienen el pasaporte italiano”, prosigue
la periodista, traductora y autora de la tesis de maestría “Diversidad
cultural como oportunidad y desafío: reportaje sobre la inmigración
venezolana en Milán, Italia”.
“Se está dando un tipo de inmigración a la inversa, los hijos de
italianos están volviendo”, agrega, quien emigró a Milán hace dos años
junto a su marido.
Fabio, el joven asaltado junto a su pareja, es un ejemplo de este perfil de inmigrante.
Nieto de un italiano llegado a Venezuela en 1948, con ciudadanía desde los 8 años, criado en lengua italiana hasta que comenzó la escuela, decidió venir a Italia porque “el idioma y los documentos” ya los tenía.
Nieto de un italiano llegado a Venezuela en 1948, con ciudadanía desde los 8 años, criado en lengua italiana hasta que comenzó la escuela, decidió venir a Italia porque “el idioma y los documentos” ya los tenía.
Aquí se casó con Magalí y le cedió el derecho al permesso di soggiorno (permiso de residencia).
“Vinimos a Milán porque hay más posibilidades. Mi familia vive en el
sur, cerca de Nápoles, pero allí tampoco hay mucho trabajo”, cuenta
Fabio.
“Y nos decidimos por Italia porque pensamos que, en el peor de los casos, teníamos a la familia cerca”.
Pero a diferencia de su abuelo, Fabio y todos los inmigrantes no
llegan a un país lleno de oportunidades. En Italia la tasa de desempleo
es de 11,3% -la tercera más alta de Europa detrás de España y Grecia-y
el desempleo entre los jóvenes alcanza el 37%.
Estos últimos conforman el grueso de los 157.000 italianos que solo
en el 2016 emigraron en busca de oportunidades de trabajo, la mayoría
hacia el Reino Unido y Alemania.
Paralelamente, Italia es el epicentro de una crisis migratoria sin precedentes.
“No podíamos soñar”
El asalto fue determinante para Magalí y Fabio, pero la posibilidad de emigrar ya estaba en sus conversaciones.
Ella es ingeniera electrónica y él ingeniero civil. Juntos ganaban
“mejor que cualquier venezolano”, pero no podían aspirar a nada más que
pagar el alquiler y la comida.
“No podíamos soñar con otras cosas, ni siquiera con tener un hijo”, dice Magalí.
Además, como exempleada del Estado, Magalí dice haber sufrido persecución política por no adherir a la causa del gobierno.
“Me tenían con contrato temporal y no me subía el sueldo porque no iba a las marchas”, asegura.
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