Como nací un 29 febrero de 1988,
realmente tengo siete años. Esa es mi edad legal por los años bisiestos
que han pasado. Con mi familia siempre bromeamos y son los años que
celebramos, incluso, a veces olvidamos mi verdadera edad: 28. No
recuerdo cómo mis papás me explicaron que sólo puedo celebrar mi
cumpleaños cada cuatro años, pero como era chica, me decían que la
celebración se movía para el primero de marzo. Y la verdad es que nunca
le di mucha importancia, hasta el 2004 cuando viví mi cuarto años
bisiesto (y cumplía 16 años). Ahí tomé conciencia porque ya era
adolescente y pensé que debía celebrarlo como corresponde: como una niña
de cuatro años. Le pedí la casa a mis papás, la decoré completa con
cosas de Winnie the Pooh y compré cuatro piñatas, gorritos de princesa,
serpentina y chaya.
Como todos sabían que era una ocasión especial, mi familia y amigos me apoyaron con la idea y ese día se morían de la risa por como todos, la mayoría de 16 y 17 años, recogíamos dulces de las piñatas en medio del carrete con gorros en la cabeza. Incluso había cuatro tortas para celebrar. Ese día nadie me pudo decir “feliz no cumpleaños”, como era de costumbre. Después me di cuenta de que podía sacar ventaja de esta situación e iba al cine a cobrar la entrada gratis que te dan por tu cumpleaños, pero como es un día que no existe en el calendario, me decían que podía ir el 28 o el primero de marzo. Yo, astutamente, sabía que no quedaba registro en qué día iba, entonces cobraba mi entrada gratis los dos días.
Cuando no es año bisiesto, generalmente lo celebro tranquilamente el primero de marzo, porque el 28 ya tenemos un familiar que está de cumpleaños. Hacemos una once y compartimos entre todos. Ahora que estoy más grande y ya soy enfermera, la verdad es que no le tomo mucha importancia a la fecha, de si celebrar el 28 o el primero, porque al final uno casi siempre lo hace lo más cercano al fin de semana, pero si es año bisiesto, sí o sí tengo que celebrar. Quizás con el tiempo va bajando la producción, pero no la intensidad, ya que siempre estoy rodeada de muchos amigos. Cuando cumplí cinco (20 años), hice una fiesta temática con todo metalizado, contraté un DJ y máquinas de humo. A los seis (24 años), celebré con todos mis amigos en la playa, pero ahora sólo había cotillón porque ya estábamos todos más grandes y el año pasado salí con mis amigas, el mismo 29, al Hard Rock Cafe.
Cuando la gente se entera de que nací un año bisiesto, generalmente su primera reacción es: “Ay, qué mala suerte que naciste un 29 de febrero” o “Qué pena, nunca tienes cumpleaños”, y la verdad es que no creo que sea mala suerte. Al principio me importaba mucho lo que me decían, pero después entendí que, al final, mi mamá no planeó tener una cesárea de emergencia ese día. Es lo que me tocó.
Por lo que he vivido, los que me rodean son los que más se complican por mi cumpleaños, incluso más que yo. Algunos no saben cuándo saludarme, si decirme feliz cumpleaños cuando en realidad no lo es. Otros me llaman a las doce de la noche del 28, pero la verdad es que prefiero que me saluden el primero de marzo porque, en teoría, el 28 aún no nacía.
Si bien nunca he tenido problemas legales por mi fecha de nacimiento, a veces la tecnología me juega una mala pasada. Por ejemplo, Facebook avisa que el 28 es mi cumpleaños y todos me escriben ese día. Algunos formularios en internet no tienen activado el 29 dentro de sus calendarios, entonces tengo que poner el 28 u otra fecha. Y los que sí lo tienen activado, no se desbloquea hasta que ponga que nací en 1988.
Ahora, celebrar mi cumpleaños en los años bisiestos es casi una tradición para todos mis amigos y familia. Desde el día en que celebré mis cuatro años, todos esperan los 29 de febrero por mi carrete. Incluso vienen amigos que sólo veo para esa fecha y en los próximos cuatro años no los veo más. Ese día es el único en que pongo una vela con mi edad en la torta, en las otras ocasiones sólo pongo velas con un número al azar porque realmente no es mi cumpleaños.
Como todos sabían que era una ocasión especial, mi familia y amigos me apoyaron con la idea y ese día se morían de la risa por como todos, la mayoría de 16 y 17 años, recogíamos dulces de las piñatas en medio del carrete con gorros en la cabeza. Incluso había cuatro tortas para celebrar. Ese día nadie me pudo decir “feliz no cumpleaños”, como era de costumbre. Después me di cuenta de que podía sacar ventaja de esta situación e iba al cine a cobrar la entrada gratis que te dan por tu cumpleaños, pero como es un día que no existe en el calendario, me decían que podía ir el 28 o el primero de marzo. Yo, astutamente, sabía que no quedaba registro en qué día iba, entonces cobraba mi entrada gratis los dos días.
Cuando no es año bisiesto, generalmente lo celebro tranquilamente el primero de marzo, porque el 28 ya tenemos un familiar que está de cumpleaños. Hacemos una once y compartimos entre todos. Ahora que estoy más grande y ya soy enfermera, la verdad es que no le tomo mucha importancia a la fecha, de si celebrar el 28 o el primero, porque al final uno casi siempre lo hace lo más cercano al fin de semana, pero si es año bisiesto, sí o sí tengo que celebrar. Quizás con el tiempo va bajando la producción, pero no la intensidad, ya que siempre estoy rodeada de muchos amigos. Cuando cumplí cinco (20 años), hice una fiesta temática con todo metalizado, contraté un DJ y máquinas de humo. A los seis (24 años), celebré con todos mis amigos en la playa, pero ahora sólo había cotillón porque ya estábamos todos más grandes y el año pasado salí con mis amigas, el mismo 29, al Hard Rock Cafe.
Cuando la gente se entera de que nací un año bisiesto, generalmente su primera reacción es: “Ay, qué mala suerte que naciste un 29 de febrero” o “Qué pena, nunca tienes cumpleaños”, y la verdad es que no creo que sea mala suerte. Al principio me importaba mucho lo que me decían, pero después entendí que, al final, mi mamá no planeó tener una cesárea de emergencia ese día. Es lo que me tocó.
Por lo que he vivido, los que me rodean son los que más se complican por mi cumpleaños, incluso más que yo. Algunos no saben cuándo saludarme, si decirme feliz cumpleaños cuando en realidad no lo es. Otros me llaman a las doce de la noche del 28, pero la verdad es que prefiero que me saluden el primero de marzo porque, en teoría, el 28 aún no nacía.
Si bien nunca he tenido problemas legales por mi fecha de nacimiento, a veces la tecnología me juega una mala pasada. Por ejemplo, Facebook avisa que el 28 es mi cumpleaños y todos me escriben ese día. Algunos formularios en internet no tienen activado el 29 dentro de sus calendarios, entonces tengo que poner el 28 u otra fecha. Y los que sí lo tienen activado, no se desbloquea hasta que ponga que nací en 1988.
Ahora, celebrar mi cumpleaños en los años bisiestos es casi una tradición para todos mis amigos y familia. Desde el día en que celebré mis cuatro años, todos esperan los 29 de febrero por mi carrete. Incluso vienen amigos que sólo veo para esa fecha y en los próximos cuatro años no los veo más. Ese día es el único en que pongo una vela con mi edad en la torta, en las otras ocasiones sólo pongo velas con un número al azar porque realmente no es mi cumpleaños.
latercera.com